Comentario
El pintor y arquitecto florentino Giorgio Vasari, compañero del joven Hipólito de Médicis y discípulo del humanista Piero Valeriano, dio a la imprenta en 1550 los dos volúmenes de la primera Historia del Arte del Renacimiento italiano, titulada "Le vite de'piú eccelenti Architetti, Pittori et Scultori Italiani da Cimabue insino a'tempi nostri". Desde entonces, la historiografía tradicional ha examinado el problema del arte del Renacimiento bajo el prisma tópico del modelo italiano, sin considerar otros aspectos, que por su carácter licencioso y antinormativo, se alejaban de los ideales clasicistas. Aun admitiendo sin reservas que el Renacimiento es un movimiento artístico y cultural iniciado en Italia a comienzos del siglo XV, éste no se puede considerar únicamente como un fenómeno articulado sobre las coordenadas de irradiación-asimilación de un modelo concreto, particularmente cuando lo que se desarrolla en Italia, y años más tarde en el resto de Europa, es una gran variedad de opciones -a veces, sincrónicas; casi siempre, confrontadas- que están muy lejos de configurar una cultura artística unitaria.
Por tanto, hay que entender y explicar el Renacimiento como una transmisión de ideas y un intercambio de experiencias, aceptadas por la nueva mentalidad humanista, más que como una transformación de los modelos y repertorios. Desde esta perspectiva, el arte del Renacimiento en España responderá indistintamente a una serie de opciones renovadoras en relación con el panorama artístico local, generalmente inspiradas en el modelo italiano, y otras que podemos denominar tradicionales, aunque en muchas ocasiones estas últimas se adoptaran, de acuerdo a unos nuevos planteamientos y de forma moderna, como contestación a los lenguajes procedentes del exterior.
Sin embargo, de todas estas opciones, las que han recabado mayor atención de nuestros historiadores del arte han sido, al configurarse como una alternativa frente a las tradiciones artísticas peninsulares, las que procedían de los ambientes artísticos italianos.
El gusto por lo italiano, instrumentalizado a comienzos del siglo XVI como forma de diferenciación y prestigio por algunas grandes familias de la alta nobleza, y asociado a partir del reinado del emperador Carlos a los círculos de la corte y a los sectores urbanos más renovadores, se extendió a otras esferas de la sociedad española merced a la intervención de factores muy diversos. El desarrollo de las relaciones políticas, económicas y culturales con Italia y el sofisticado mundo de las cortes europeas fueron permeabilizando los ambientes artísticos españoles desde finales del siglo XV, haciendo posible la introducción y asimilación de formas y contenidos pertenecientes al Renacimiento italiano. La importación de obras italianas -desde álbumes de dibujos con temas ornamentales a monumentos funerarios totalmente acabados- fueron abriendo camino a la llegada a España de un nutrido grupo de artistas extranjeros, formados generalmente en la tradición clásica de la Antigüedad, atraídos por el auge constructivo de la península y el desarrollo de los mercados del Nuevo Mundo. Estas fueron sólo algunas de las causas que contribuyeron a la aceptación y asimilación del modelo italiano, aunque particularmente el viaje a Italia de algunos artistas españoles como Bartolomé Ordóñez, Pedro de Machuca y Diego de Silóe, posible gracias a una actividad viajera cada vez más frecuente y al desarrollo de un mecenazgo más consciente de su importante función, contribuyeron definitivamente a situar al arte español en el contexto renovador de la cultura artística europea.
En las primeras décadas del siglo XVI, el gusto por los modelos italianos se cifró principalmente en la utilización aselectiva de sus repertorios ornamentales en la arquitectura, superpuestos a unas estructuras generalmente tradicionales, y en la adopción -no siempre coherente- de unos recursos compositivos y una figuración clásicos en la pintura y en las artes plásticas. Estas formas y repertorios difundidos mediante álbumes de dibujos y de grabados, las labores realizadas en España por artistas extranjeros y la importación de obras florentinas y genovesas fueron aceptándose progresivamente gracias al esfuerzo de los artistas españoles más renovadores y al interés de los círculos humanistas más influyentes, a pesar de la resistencia ofrecida por los lenguajes tradicionales, todavía vigentes, polarizados en torno al esplendor del último gótico y a la tradición constructiva y artesanal hispanomusulmana.
A partir de estas fechas, la introducción y asimilación de los valores del Renacimiento italiano no siguió un proceso acorde con el desarrollo cronológico de las diversas fases del movimiento artístico italiano -Quattrocento, Clasicismo y Manierismo-, sino que dependiendo del carácter específico de cada actividad artística, de determinados géneros en los que fueron más frecuentes dichos modelos, de las numerosas opciones que se ofrecían a artistas y comitentes, y de las diferentes zonas geográficas de la península, se consiguieron resultados muy diversos, a veces paradójicos, como la aceptación de licencias manieristas afines a los planteamientos expresivos y emocionales del arte tradicional, con anterioridad, incluso, a la asimilación de los principios regulares y de la norma del Clasicismo Altorrenacentista.